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"La Gran Guerra"

“La Gran Guerra…” es otra de las grandes series de esta fase. Es la más numerosa: está compuesta por quince obras, para las que además Pilar Lara realizó varios bocetos, incluido uno que luego no llegó a plasmar en su formato definitivo (una calavera dibujada mediante alfileres y superpuesta al campo de batalla). Con “La Gran Guerra…”, la artista retoma uno de los principales temas de su trayectoria creativa, el antibelicismo, especialmente presente en las cajas, juegos y montajes de la fase anterior, la de la primera mitad de la década de los noventa. También retoma una línea expresiva más explícita y comprometida.

La serie surge de forma casi automática al toparse Pilar en sus búsquedas por El Rastro con un lote completo de “postales” de la Primera Guerra Mundial. Sin duda un hallazgo insólito en ese contexto. Tal vez Pilar lo interpretase como una “señal”: esas fotos la estaban esperando para que las hiciera hablar. Tal vez viese en ellas sobre todo sus posibilidades plásticas y expresivas. Tal vez llamase su atención la paradoja de que se editasen postales de paisajes devastados por la barbarie como si se tratase de rincones de interés turístico. Pilar siempre ha estado muy atenta a estas paradojas, pues son la fuente misma de su lenguaje artístico. La razón de este contrasentido la encontramos en el reverso de las fotos originales: no son sino propaganda bélica francesa.

En la foto empleada en “La Gran Guerra… nº 1” y en la “nº 15”, se lee (en francés): Ex. 58. CATEDRAL DE RHEIMS Y ALREDEDORES, EN 1918. Efectos del bombardeo alemán, que despertarían la ira del mundo por varias generaciones.

En la usada en “La Gran Guerra… nº 11”: Ex.51.—BAJAS. Las calles de Francia son testigo del trabajo de la madre más grande del mundo: la Cruz Roja. Mil y un actos de piedad son sus ocupaciones diarias, como describe esta fotografía.

En la utilizada en “La Gran Guerra… nº 5”, en la “nº 9” y en la “nº 10”: Ex. 192.—DETALLES DE LA GRAN FLOTA, SIEMPRE ALERTA Y A LA ESPERA.

En la que sirve de base para “La Gran Guerra… nº 2” y para la “nº 7”: Ex.173.—PERONNE. Cuando los hunos fueron expulsados del pueblo que habían destruido, dejaron en el ayuntamiento la señal que ven, que traducida significa: “No montéis en cólera. Sólo preguntáos.”

En la integrada en “La Gran Guerra… nº 3” y en la “nº 13”: Ex. 35.—EL CAMPO DE BATALLA DE SOMME. UN CAMPO HERIDO Y AGONIZANTE. Tierra cruda y desnuda mirando al cielo, grandes troncos de árboles quemados, un lecho de cosas irreconocibles hasta la altura de las rodillas, fragmentos y pedazos, ni un metro ni nada que no haya sido destruido. En medio de todo esto las tropas de los aliados vivieron, lucharon y finalmente expulsaron al poder militar de Alemania de sus alrededores.

En la que forma parte de “La Gran Guerra… nº 6” y de la “nº 8”: Ex. 77.—EL EJE DE LAS VICTORIAS DEL MARISCAL FOCH. Los Leviatanes de la artillería francesa, el eje de las victorias del mariscal Foch, no construidos o usados para bombardear ciudades y pueblos a larga distancia con el objeto de aterrorizar a los civiles, sino para destruir el poder del militarismo prusiano. Han logrado su objetivo. Esta realista fotografía enseña el maravilloso mecanismo de su poder.

En la aprovechada en “La Gran Guerra… nº 12”: Ex. 86.—EN MARCHA PARA TOMAR REPRESALIAS CONTRA LOS ALEMANES. Una escuadrilla de aviones dejando el aeródromo por la noche para visitar a los pueblos del Rin como represalia por el bombardeo de pueblos franceses indefensos, un método de terror proveniente de la Kultur huna.

Y, por último, en la que inspira “La Gran Guerra nº 4” y la “nº 14”: Ex.60.—EL PUEBLO DE HAM SE ENCONTRÓ DESGARRADO POR TERRIBLES CICATRICES. La calle principal que conduce al pueblo de Ham se encontró como se muestra aquí; un Acto de Guerra justificable y calculado para alterar la velocidad del avance de las tropas aliadas. Esto explica, en cierta medida, las dificultades a las que nuestras victoriosas tropas se enfrentan y tienen que superar.

Pilar Lara digitalizó y reescaló estas fotografías para crear dos series de obras, una de mayor tamaño en cajas de metacrilato (de la número 1 a la 6) y otra menor en cajas de latón (de la número 7 a la 15), además de los bocetos, más pequeños. En “La Gran Guerra… nº 1”, la lámina fotográfica aparece recortada en cuadrados sostenidos por alfileres a diferente distancia del fondo, evocando los fragmentos de una realidad descuartizada por las bombas. Pero, en las demás obras de la serie, la fotografía aparece invariablemente de base. Está prendida a la trasera por chinchetas de cabeza transparente en las esquinas, como postales en un tablón. Eso hace que la lámina no aparezca rígida, sino ondulada y “viva”. Sobre su superficie, o a través de ella, la artista introduce objetos que se contraponen a la imagen fotográfica, o le dan un sentido específico, generalmente metafórico. Utiliza para ello materiales de costura: alfileres, agujas, imperdibles, cremalleras, lentejuelas, relleno de gomaespuma, fieltro, hilos… Aunque casi nunca hace con ellos labores domésticas: no se trata de oponer la guerra de los hombres a la paz femenina del hogar. No hay una lectura tan tópica, ni un mensaje de género tan rudimentario (eso de que si el mundo lo gobernasen las mujeres…), como algún crítico ha pretendido. Al fin y al cabo, la artista es consciente de que estas guerras modernas, cuyo punto de partida fue precisamente la Primera Guerra Mundial, tal y como las fotos y sus comentarios al dorso se encargan de recordar, son guerras totales que no respetan el espacio doméstico ni el género de las víctimas, que lo invaden todo como la onda expansiva de sus bombas cada vez más mortíferas, que nos igualan a todos con la cuchilla de su guadaña. Y a todos nos involucran. Esas guerras como la de Mambrú, en las que los soldados se iban al campo de batalla, a un frente que estaba lejos, en algún lugar impreciso, son desde entonces un recuerdo idealizado del pasado. No, esos materiales anteponen más bien su fragilidad, su delicadeza, frente a la imagen de la destrucción y la barbarie; su capacidad, desde su insignificancia, para construir, para trabar, para restañar heridas, para dar calor; su fortaleza, cuando, unidos muchos de ellos, sumados sus efectos, logran oponer una gran resistencia contra el desmembramiento, la separación, el vacío.

En “La Gran Guerra… nº 2”, los imperdibles tratan de reparar las huellas de la destrucción sobre la faz de la tierra, sobre el paisaje urbano, sobre la obra que el ser humano tan afanosamente levantó para construir una civilización, un espacio en el que vivir en sociedad, un “edificio” alzado piedra a piedra a lo largo de siglos y que en tan sólo unas horas el mismo ser humano puede tirar abajo inmisericorde. En la “nº 11”, es el hilo del cirujano de campaña el que intenta hacer lo propio con las heridas concretas abiertas en la carne y el alma de seres humanos concretos, víctimas inocentes de la sinrazón. En la “nº 3”, los alfileres hacen de postes de las alambradas de hilo simbólicamente rojo que tienden un laberinto sobre el campo de batalla devastado por las bombas: el laberinto que es la guerra, en el que ninguna salida parece llevar a un sitio mejor. Habría sido mejor no adentrarse en él. Alfileres e hilos, aquí azules, como el fondo de la bandera de la ¿Unión? Europea, sirven en la “nº 7” para recordarnos que, efectivamente, Europa y su precaria unidad, el paradigma de la civilización y la paz, se edificaron sobre los millones de cadáveres dejados por cientos de guerras, unos cimientos muy poco honrosos de los que no podemos enorgullecernos, aunque sí tener muy presentes para no repetir la historia y ser conscientes de la fragilidad de toda paz más allá de la comodidad de su apariencia. Alfileres que sostienen, en la “nº 8”, una lluvia de lentejuelas, inocente y paradójica metralla que cae de un cielo atormentado por los obuses de los cañones más monstruosos que el ser humano haya jamás creado, absurdos y fuera de lugar con su aspecto de mastodontes sino hubiera sido por la desgracia que contribuyeron a sembrar a granel. Alfileres que sostienen también, en la “nº 12”, unos monigotes rojos acribillados por las ametralladoras de la aviación, sencillas figuras recortadas con mano infantil, símbolo universal de la inocencia.

También evocan la mirada de la infancia los dibujos con escenas de guerra que una vez realizara César, uno de los hijos de Pilar, y que ésta traslada al cuadro, en “La Gran Guerra… nº 4” y en la “nº 6”, mediante el empleo de “bonis”, esos alfileres con cabezas de colores –siempre alfileres, punzantes alfileres- que a su vez se emplean sobre tablones de corcho en las manualidades infantiles. Qué diferente es la guerra en blanco y negro, saturada de fango y sangre, de la guerra de “colorines” en la imaginación de un niño. Y, sin embargo, alguien se la contó como una aventura, como un juego, como algo divertido, incruento… Todos lo hicimos alguna vez. Toda una llamada de atención sobre los valores en los que educamos a nuestros hijos.

Y, por último, también son alfileres los que, en “La Gran Guerra… nº 5”, forman la masa acuática sobre la que navegan unos barquitos de papel… moneda. Frágiles pero poderosos frente a la sombra ominosa de las toneladas de hierro de los acorazados del fondo. ¿Cuánto cuesta sólo una de esas moles de chatarra dispuestas a vomitar fuego? Por si no nos acordábamos de qué es lo que maneja los hilos de todas las guerras, de cuál es el combustible que alimenta sus motores… Y alfileres son los que configuran la palabra “madre” escrita en varias lenguas europeas que sobrevuela como un lamento, como una letanía, las trincheras preñadas de moribundos de la “nº 13”. Cuentan quienes han estado a un paso de ese umbral, que el último recuerdo de los soldados antes de morir, antes de descansar en el vientre de la tierra, en su desamparo, es para quien les dio la vida. A su imagen se aferran, como se aferran a la vida, y en ella encuentran consuelo, invocándola.

Otras tres obras emplean recursos diferentes. En los tres casos, el mecanismo visual es parecido: la sugerencia de que el planeta y sus tres partes –el cielo, el mar y la tierra- sufren también las consecuencias de la destrucción provocada por el ser humano –destrucción violenta y repentina en las guerras, pero también lenta y sistemática en época de paz-. El cielo se arruga en “La Gran Guerra… nº 10”. El mar se desangra a través de sus heridas en la “nº 9”. Y la tierra es, en la “nº 14”, un gran desagüe al que un día de estos quitaremos el tapón… Una visión poco halagüeña, pero ¿quién puede permanecer indiferente ante los estragos de la guerra?

Una última obra, significativamente la última de la serie, realizada con recursos significativamente diferentes, y basada significativamente en la misma imagen que la primera, parece sin embargo ofrecer una ventana a la esperanza. Es “La Gran Guerra… nº 15”. ¿Seremos capaces de edificar la paz empleando los cascotes, los escombros dejados por la destrucción? ¿Seremos capaces de construir nuevas catedrales de civilización? ¿No será un mensaje que las grandes obras del ser humano, como las catedrales, aquellas en las que se sumaron la inteligencia constructiva y el esfuerzo colectivo, sean las que, pese a todo, sobrevivan a la destrucción?

Pilar Lara utiliza fotografías antiguas, como antes objetos viejos o usados, para hablar de asuntos intemporales, tan vivos hoy como hace un siglo, bien porque nada ha cambiado en esencia, bien porque su aspecto actual, su mutación, forma parte de un proceso cuyos orígenes se pierden en el tiempo o es consecuencia de causas que hay que rastrear en el pasado, bien por todo ello a la vez. Sus obras son recordatorios. Extrae de las cosas viejas su vigencia. Es su forma de expresarse, su línea coherente de reflexión. Podría haber empleado fotos actuales, referencias directas a los conflictos del presente, sin duda imágenes de gran impacto emotivo. Tal vez le parecía demasiado fácil. Podría pensarse que las imágenes antiguas nos llegan amortiguadas por el tiempo, veladas por las telarañas, desactivadas por su propia falta de actualidad. Y que eso podría restar eficacia a la denuncia que la artista platea en sus obras. Que nos vamos a desentender de algo que ya no nos atañe. Y, sin embargo, no suele ser esa la reacción de quien las contempla y “se mete en ellas”. Pilar las reactiva, las vuelve a cargar de sentido, las pone de actualidad. Y eso pese a que no se puede descartar que precisamente lo que ella persiga sea no tanto tocar la fibra sensible de la emoción como la fibra más difícil pero permanente de la reflexión: renunciando a la fase primaria de la sensibilidad anímica, Pilar Lara aspira a llegar antes a la fase más reposada y duradera de la sensibilidad intelectual.

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