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"El Universo es Cuadrado" (fotografías de su madre)

“El universo es cuadrado” es una serie de siete obras realizadas, entre 1998 y 1999, a partir de una sola fotografía: un retrato de estudio de la madre de la artista, Rosario García, en blanco y negro, con el rostro sonriente en primer plano, en un escorzo tomado desde una posición ligeramente elevada. En la imagen, doña Rosario parece tener una edad entre la juventud y la madurez, quizás entre los 30 y los 40 años. Tal vez no sea casualidad que tenga más o menos la misma edad que la mujer de la serie anterior, la de la “mujer anónima”, y más o menos a la misma altura del siglo. Habría así un vínculo entre ellas. La artista estaría pasando así de la reflexión general al caso concreto, próximo, íntimo. Tal vez por eso la “mujer anónima” aparezca de cuerpo entero y doña Rosario lo haga en primer plano.

Además, esa foto de su madre debe ser de la época en que Pilar era una niña. Al elegir este momento de la vida de su madre, Pilar también elige, inseparablemente, un momento de su propia vida, y a él “regresa”. No se trata de una imagen de su madre en una época ligeramente anterior a esta serie, es decir, la de una madre que ya es abuela y apura los últimos pasos de su existencia. Ni de una imagen de la madre a la misma edad –casi sesenta años- que tiene la artista cuando crea estas obras. No. La mirada que a Pilar Lara le interesa es la de la infancia, su propia infancia, en torno a la figura de la madre o, más bien, la evocación de esa mirada desde el otro extremo de la vida.

Doña Rosario había fallecido unos años antes, en 1992. La serie, por tanto, puede considerarse también un homenaje a ella dedicado. Aunque Pilar tarda bastante en comenzarla. Quizás necesita superar el luto. Quizás no siente la necesidad hasta 1998, o hasta entonces no acaba de dar forma a las ideas que, en torno a esta necesidad, bullen en su cabeza. Quizás la clave está en que hasta 1997 no fallece a su vez su padre. Pilar se había dedicado a cuidarlo, junto a sus hermanas, durante los años que mediaron desde la muerte de la madre. Quizás hasta entonces no se permitió a sí misma un momento de respiro, de nostalgia, de reflexión, no se permitió a sí misma abordar este asunto. O quizás hasta ese momento no se produce el definitivo encuentro con esa encrucijada que es la desaparición de la generación precedente, cuando nos enfrentamos a la evidencia de que, en nuestra particular “carrera de relevos”, ya no hay nadie entre nosotros y la meta, que hemos recibido la última “posta” y que nos encaminamos hacia el último tramo de la vida. Todas las cuentas las tenemos que rendir en una sola dirección, a quienes vienen detrás de nosotros y ya sólo depende de nosotros terminar de dar forma al legado que vamos a dejarles. Y, sin embargo, es la figura de la madre la que Pilar Lara recupera en esa encrucijada, no la del padre, ni la de ambos, poniendo de nuevo en evidencia que es de esa “cadena” generacional y de género de la que se siente responsable. Quizás mira a su madre joven porque se pregunta cómo la miraron a ella misma sus hijas en la misma etapa vital, si vieron lo mismo o vieron ya una figura materna diferente, transformada como también lo había sido su propio papel en el seno de la familia y de la sociedad. Aunque bajo esa intención comparativa subyace la idea, como el propio título de la serie parece indicar, de que hay algo invariable, cíclico, permanente en ese relevo, más allá de cualquier tendencia evolutiva. Que todas las madres han sido, son y serán el universo, el mundo, el referente absoluto, durante un breve lapso de tiempo de la vida de sus hijas; del mismo modo que éstas, llegado el momento de “soltar amarras”, deberán abandonar ese universo para crear el suyo propio. Y así generación tras generación…

La “presencia” visual del universo se resuelve en todas las obras de la serie mediante unos fondos negros con gotas blancas espolvoreadas sobre ellos. Como vemos, por ejemplo, en la número 2, la foto “flota” sobre ese mapa astral como si de una estrella traída al primer plano se tratase. O como si fuera una concreción de la materia con la que está hecho el universo. Ese universo del que formamos parte y del que un día surgimos, nos concretamos, para convertirnos en una casualidad, y al que un día volvemos, disolviéndonos de nuevo en él. Una casualidad, de todas formas, que se convierte en un ser que influye en su entorno social y natural, respecto al cual tiene unas responsabilidades. Contradicción y difícil equilibrio que, como ya se ha visto, resultan una preocupación recurrente en la obra de Pilar Lara. Origen y final, génesis y apocalipsis, big bang que es a un tiempo destrucción y principio de una nueva realidad. Parámetros cósmicos que pueden condensarse en la vida de una persona. Magnitudes infinitas frente a magnitudes humanas, finitas, limitadas… pero conectadas, en permanente tensión.

Hay una obra, la número 1, que, sin embargo, no tiene ese fondo de polvo de estrellas. Además, es una obra “doble”, formada por dos piezas, a diferencia de las otras de la serie. Esto sin duda se debe a que la serie nace después de que Pilar Lara realice esta primera aproximación al tema, planteada, en un primer momento, como una obra aislada. La construcción formal en que se basa –los cubos que se recortan en una de las cajas para flotar en la otra, los tabiques de espejo de la segunda, los dos planos de la fotografía en ambas…- es una clara prolongación de las experiencias de la serie anterior, la de la “mujer anónima”. La número 2, por su parte, constituye una revisión del efecto de los cubos sostenidos en el aire, en la “inmensidad”, por cuerdas de guitarra, con sus clavijas, que ensaya en la número 1, aunque en la 2 confieren a la obra una aleatoriedad –siempre el recurso al juego como gran metáfora- que no tenía la 1. Para completar el efecto, en la 2, los cubos fotográficos están pintados por detrás como si fueran fragmentos del fondo, con lo que se funden con él cuando los cubos están girados. Pero, a partir de la número 3, la serie adquiere su forma básica definitiva y común, con sus cajas de metacrilato y las fotografías recortadas y manipuladas sobre el fondo estelar: un triangulo –la forma geométrica elemental- que toma forma concretándose en el universo, en la 3; una imagen que aparece y desaparece en medio de la inmensidad, en la 4; una rampa cuadrangular que desciende hasta disolverse en la oscuridad, en la 5; un ¿cometa? de papiroflexia suspendido en el espacio, con la foto virada en dos tonos -¿la cara vista y la cara oculta?-, en la 6; y tres copias de la foto superpuestas y sucesivamente enrolladas formando tubos horizontales, como las páginas de la vida que se van pasando, en la 7.

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