Amor e Intimidad (1981-1982) · Dibujos y Acuarelas

Aunque ella nunca lo ha expresado en estos términos, se puede decir que Pilar Lara supo desde ese momento crucial de su vuelta a los senderos del arte que su obra iba a tener en lo sucesivo un hálito “humanista” y “existencial”, que el objeto de su mirada iban a ser los aspectos más íntimos y elementales de la existencia humana (el amor, el miedo, la soledad, la frustración, la violencia y, siempre, la muerte) como cauce de sus propias inquietudes e incertidumbres. Y ese fue el paso que real y definitivamente la convirtió en artista: no el reencuentro con la técnica y con la capacidad para plasmar en un cuadro lo que veía, sino el descubrimiento de que el arte era una vía de expresión que brotaba del interior del creador y que sólo se valía de las formas reales para configurar un mensaje. Además, Pilar siempre ha querido que ese mensaje llegara de la forma más nítida y directa a quien contemplara su obra. Quería compartirlo, comunicarse, no encerrarse en codificaciones ni en “mundos propios” indescifrables. Quería reflejar los anhelos, los miedos y las obsesiones de las personas “reales” en situaciones “reales”, en contextos cotidianos, fácilmente reconocibles por esas personas, por ella misma, pues, en ese afán de socialización que siempre la ha caracterizado, ella se consideraba una persona como las demás, una mujer que, cuando volvía del estudio a su casa, tenía que ocuparse de sus hijos y de sus mayores, de ir a la compra, de que hubiera algo para comer al día siguiente en la nevera… No tenía pose de artista, ni nunca consideró que, por serlo, fuera distinta a otras mujeres de su generación que, como ella, habían sacrificado buena parte de su individualidad para disolverse en una familia, para servir de anónimos engranajes de la sociedad. En todo caso, siempre consideró su capacidad para expresarse a través del arte como un don, como un privilegio que le había sido concedido, pero del que no debía hacer un uso que no fuera ponerlo al servicio de quienes no tenían esa capacidad para hacerse oír.

Por ese motivo, Pilar Lara eligió desde ese momento hacer un arte figurativo y tratar temas comprometidos con el ser humano. Atrás quedaban los retratos, los paisajes, los temas inocuos, incluso los coqueteos con la abstracción. Para siempre.

En esta primera fase (1981-1982) de la “tercera etapa”, prosigue sus investigaciones técnicas y prueba con el dibujo, la acuarela y las técnicas de grabado y estampación. Pero ahora es ya mucho más sistemática y produce algunas series en las que explora las posibilidades de un mismo tema: casi sin excepción, las relaciones amorosas de hombres y mujeres y su dimensión erótica. En realidad, la elección de la acuarela no es casual, pues, como hará en lo sucesivo, le preocupará siempre que el medio elegido refuerce con sus características técnicas y materiales el contenido expresivo de la obra. Y la acuarela aporta una intencionada carga de sensualidad a los encuentros amorosos que plasman estas obras, pero también, por su liviandad y por la rapidez de ejecución, traslada al papel una fuerte sensación de instantaneidad, nos transmite la sensación de estar ante algo efímero, fugaz, inaprensible; y, en coherencia, con sus formas diluidas y sus colores difuminados, refleja ese momento de fusión que sólo se consigue en el clímax amoroso, tal y como podemos ver en algunos de los dibujos en que los cuerpos de los amantes parecen confundirse el uno con el otro.

Estas obras no son sólo un ejercicio de expresión artística. También son un grito de libertad, propia y colectiva. Y de reivindicación de la sexualidad femenina, no tanto por la forma de enfocar el tema como por el hecho de abordarlo, es decir, porque una mujer pudiera “hablar” de la sexualidad sin tapujos. A través de ellas, Pilar exorcizaba el miedo al propio placer inculcado en varias generaciones de mujeres y se enfrentaba a la influencia negativa e irracional de una educación represora. Con ellas, Pilar empezaba a explorar la libertad que le ofrecía un medio en el que no tenía que estar sujeta a las convenciones. Por eso, se puede decir que estas obras jugaron un papel propiciatorio en su trayectoria, que la permitieron soltar una especie de lastre; y quizás por eso, porque una vez “arregladas cuentas” con estos asuntos ya dejaron de interesarle, o porque, pese a conectar con fenómenos propios del contexto social e histórico -la liberación de la mujer también en sus aspectos más íntimos-, los consideraba temas relativamente superficiales, poco a poco fue abandonando estas composiciones abiertamente eróticas.

Presentó estas obras, junto a los primeros grabados, en su primera exposición individual tras su vuelta al trabajo, en la galería Orfila (1982), con la que se vincularía durante unos años, incluida una aparición en Arco-95. Y también, en lo que podríamos considerar toda una declaración de intenciones, en la Primera Semana Española del Erotismo en el Centro Cultural de la Villa (1984).

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